martes, 7 de febrero de 2012

Un fracaso colectivo

En "La vida como castito", Claudia Cesaroni analiza los casos de seis menores condenados a prisión perpetua. Aquí explica por qué esas penas "son inconstitucionales"

Por Juan Manuel Bordon

El 14 de marzo de 2002, la criminóloga Claudia Cesaroni recibió el llamado telefónico que marcó los siguientes años de su vida y le abrió una ventana al mundo que plasmó en su libro La vida como castigo . Un legendario ladrón de bancos uruguayo, preso en el penal de Ezeiza, le pedía a la entonces abogada de la Procuración Penitenciaria que escuchara la particular historia de un compañero suyo de pabellón. “El pibe tiene una condena a perpetua de menor, yo le dije que vos lo ibas a poder ayudar”, le comentó antes de pasárselo.


El pibe era Lucas Matías Mendoza, un joven que tres años antes se había convertido en la primera persona en ser condenada a prisión perpetua en la Argentina por delitos cometidos cuando todavía era menor de edad. “Yo no tenía ni idea de esa sentencia. Una de las cosas que todavía me asombran es que no haya producido un escándalo jurídico. Quizás a otra escala, fue como si mañana un tribunal toma un caso y decide que como es tan aberrante, va a condenar a esa persona a pena de muerte ”, señala Cesaroni, que en su libro cuenta la historia de Lucas y de otros cinco adolescentes condenados a prisión perpetua entre 1999 y 2002, entre ellos uno que apareció ahorcado en su celda de la penitenciaría de Mendoza a fines de 2005.

El libro de Cesaroni es, en cierta medida, varios libros distintos que a veces conviven dentro de una misma página. Hay un repaso a la historia de los debates jurídicos en torno de la delincuencia juvenil, con especial atención a la Reforma Constitucional de 1994, a partir de la cual se incorpora a la carta magna la Convención de los Derechos del Niño y se vuelve inconstitucional condenar a menores de 18 años a prisión perpetua.

“El recorrido histórico que hago en el libro es parcial, pero cito cosas como la intervención de Luis Agote en Diputados (año 1910) sobre hordas de canillitas porque me interesa mostrar esa cosa del monstruo-niño. Pienso en el Petiso Orejudo, en cómo cuando se ejemplariza a un sujeto monstruoso, en general se busca a niños. Creo que con los pibes de los que hablo en el libro hubo algo de eso. Los jueces que los condenan incluso dicen que no saben si esas penas les corresponden, pero que hay que dar el ejemplo. Me parece algo perverso y utilitario eso, además de inútil. Está hiperdemostrado que nadie deja de cometer delitos porque a otros los condenen, si no en Estados Unidos nadie cometería delitos ya que existen penas altísimas y hasta condenas a muerte”, dice Cesaroni.

El otro libro dentro de La vida como castigo son los relatos de visitas a penales en primera persona. Cesaroni describe el ambiente gélido, inhumano, del moderno penal mendocino de Cacheuta, inaugurado en 2007. “No se escuchan voces, gritos, risas, ni otros ruidos no humanos: ni música, ni televisores, ni autos, ni nada. La cárcel está en plena precordillera de los Andes”, se lee en un pasaje del libro, que también dedica un capítulo a contar un viaje en auto hasta el penal de Marcos Paz por rutas de tierra, bacheadas y sin señales, para una vez allí tener que entrar a la cárcel e incluso pasar requisas "En Modernidad y holocausto", Zygmunt Bauman dice que frente al horror a veces de lo que se trata es de mirar y abrir ventanas. Yo creo en eso, creo que si alguien ve cómo se vive en una cárcel, por ahí se lo piensa dos veces antes de decir hay que meterlos a todos presos. Puede parecer ingenuo, pero creo que en algún momento la cárcel va a ser un recuerdo lejano, como hoy puede serlo la Inquisición. Nos vamos a preguntar cómo pensábamos que algo bueno podía salir de encerrar a cientos de personas en un lugar durante diez años; cómo podíamos esperar que salieran mejor de lo que entraron o cómo no encontrábamos otros modos de que esas personas repararan el daño que produjeron”, cuenta la autora. En el libro de Cesaroni también tienen mucho peso las vidas de esos seis jóvenes condenados a perpetua, cuyos casos ya fueron elevados a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y podrían acabar con una condena contra el Estado argentino. El caso de Claudio David Nuñez es particularmente elocuente en cuanto al vínculo entre esas historias personales y la historia argentina. Hijo de un ex policía tucumano que participó del Operativo Independencia en los montes de esa provincia durante la dictadura y criado luego en Fuerte Apache, el barrio que el intendente de facto Osvaldo Cacciatore ideó como parte de su plan para erradicar villas, Nuñez es arrancado de su casa a los 14 años, luego de matar a su padre en medio de una situación de abusos a sus hermanos.


Años después, tras un periplo por varios centros de menores, el joven pasa a integrar una gran banda de adolescentes de la que él y otros dos chicos también condenados a prisión perpetua son hoy los únicos sobrevivientes: el resto terminaron muertos. “Yo puse mucho énfasis en que estos son chicos que nacieron en dictadura, se hicieron adolescentes en pleno menemismo y cumplieron la mayoría de edad en plena crisis, ya presos.

Quizás el caso de Claudio es el que mejor muestra eso: cómo el Estado falló de todas las formas posibles, desde el momento en que le dio un arma a su padre para que matara hasta el momento en que dejó a ese mismo padre abandonado para que se arreglara o cuando decidió separar a Claudio de su familia a los 14 años. Esto no lo exculpa a él de lo que hizo después, pero sí explica en parte cómo se convirtió en eso”, cuenta Cesaroni.

Lo que Claudio y los otros jóvenes hicieron después es algo que, sin embargo, no aparece contado. En los años que pasaron desde que conoció a estos jóvenes, Cesaroni ha hablado con ellos de por qué los condenaron pero desde el principio tuvo claro que no iba a contarlo en el libro. “En el trabajo de la Procuración, hay un principio que te enseñan: ‘No importa el caso’. No sos abogado defensor, vos vas a ver las condiciones de detención. En los casos de estos adolescentes condenados a perpetua, me parecía particularmente importante, porque además a veces se pregunta qué hicieron como una forma de justificar esas condenas injustas. Yo digo claramente que muchos cometieron hechos graves. También sé que las causas de algunos de ellos tuvieron cosas raras. Pero lo cierto es que no entro en esto porque el tema es que esas condenas nunca debieron aplicarse, ya que violan principios de derecho penal juvenil y son inconstitucionales”, explica.

En el epílogo del libro, Claudia Cesaroni cuenta brevemente cómo son las vidas de los seis jóvenes hoy. Estudian, trabajan, tienen hijos, problemas de salud y un vínculo frágil con el mundo exterior tras llevar casi la mitad de su vida presos. “No digo que son inocentes. No digo que fueron arrestados ayer y que hay que liberarlos hoy. Hablo de jóvenes que llevan hasta 15 años presos, en condiciones gravísimas, a los que se les aplicó una condena que nunca debió ser aplicada. Este libro es básicamente la historia de un fracaso colectivo, ya que ellos siguen presos y uno hasta murió en la cárcel”, concluye Cesaroni.

Fuente: Revista Ñ




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